Roser A. Ochoa · Yolanda García
Llevo habitando la tierra desde hace más de tres milenios y aunque aún puedo recordar una época lejana en la que el arte y la literatura me apasionaban, la música lograba emocionarme y me deleitaba en el dulce placer de recrear la belleza de la muerte cuando sesgaba una vida humana, desde hace décadas simplemente observo cada amanecer con la pesadumbre de haber visto más de un millón de amaneceres iguales y de saber que no habrá nada nuevo a la salida del sol.
Podría hablar de las grandes civilizaciones del mundo, contar miles de historias sobre la caída de los grandes imperios, anécdotas de todas esas guerras de las que he disfrutado desde mi privilegiada posición. Vi construirse las pirámides, fui testigo de cómo Alejandro forjaba su imperio, y de cómo ardían los muros de Roma para mayor deleite de Nerón, he compartido mesa con grandes escritores, filósofos, inventores y he sido mecenas de excelentes artistas.
Si cierro los ojos puedo ver los cientos de miles de rostros de todos aquellos que han pasado por mi vida y la han abandonado. Vi renacer en las tinieblas a grandes amigos, y como éstos mismos se convertían en polvo, sin que esas pérdidas hiciesen meya alguna en mí, simplemente fueron acontecimientos que se han ido grabando a lo largo de los siglos en mi memoria. Pero lo que jamás será un simple recuerdo es Gabriella. Mi amante, mi amiga, mi pesadilla y casi mi perdición, la que creí sería mi compañera eterna, la que hacía de mis días algo dulce hasta que tuve que hacerla desaparecer, y aunque la amaba, fue la única decisión que pude tomar pues nunca he tolerado la traición, de ningún tipo. He vivido bajo esa losa de culpa desde ese día, condenando así mi eternidad.
Sigo con la mirada a esa joven menuda de ojos asustados. El silencio nos envuelve, la tensión podría cortarse con un cuchillo, puede que incluso hasta respirarse. Y no puedo evitar pensar que me recuerda a ella, o puede que todas las vampiras de ojos escarlata me trasporten a esa época en que las curvas de una mujer me hacían enloquecer. Ahora, no siento nada. Todos permanecen callados, sabemos qué va a ocurrir a continuación, puede que debiéramos liquidar el asunto cuanto antes, agilizar los trámites, puede que el resto de miembros del consejo tengan cosas que hacer, yo no, pero eso no importa, pertenece a mi más estricta intimidad.
Soy el vampiro más antiguo del mundo, aunque no el primero, hubo otros antes que yo, pero ya no se encuentran entre nosotros. Jamás he conocido a ningún humano al que haya tenido la necesidad de otorgar el don de la eternidad, jamás ningún hombre, mujer o niño ha causado en mí más impacto que el deleite del sabor de su sangre deslizándose por mi garganta. Pero incluso eso encierra un doble peligro, la ingesta sin control podría llevarnos a extinguir nuestra fuente de alimentación, ya que eso son para nosotros los humanos, una especie a todas luces inferior, simple comida. Pero muchos de los nuestros sí que han tenido la necesidad de crearse compañía, así que cuando empezamos a ser muchos tuvimos que organizarnos, cuando la vieja Europa empezaba a sucumbir al mundo vampírico cada vez eran más los no muertos en busca de sangre, y así nació lo que muchos llaman el consejo, vampiros con más de mil atardeceres en sus retinas intentando velar por los intereses de nuestra especie. Protegiéndonos de nuestro mayor enemigo, nosotros mismos, y velando porque nuestro secreto nunca salga a la luz. Y esa jovencita ha puesto en peligro todo eso. Sus ojos reflejan un miedo atroz, pero se mantiene serena, sin gritos ni súplicas, casi lo agradezco, aunque sé que alguno de mis compañeros echará de menos esa parte más teatral de la historia.
Como miembro fundador del Consejo, mi voz siempre es tenida en cuenta por encima de otras, y mis decisiones se acatan sin ser cuestionadas, aunque el trabajo más arduo es tratar de no caer en el despotismo, intento ser siempre justo, benevolente cuando la ocasión lo requiere, implacable cuando es necesario, es mi trabajo, la Fortaleza es mi vida, mi compromiso y jamás he faltado a mi palabra.
Los tiempos han cambiado, las relaciones también, pero los principios con los que nació el Consejo, siguen aún vigentes. No creo que nuestras normas sean de difícil cumplimiento, yo mismo llevo milenios sobre la faz de la tierra y nunca he transgredido ninguna, y tampoco he sentido nunca la tentación de hacerlo.
.Jamás reveles tu verdadera naturaleza a un humano.
·Deshazte siempre de los cadáveres, los envoltorios de la comida deben desaparecer
·No está permitido crear nuevos vampiros, y si se toma esa responsabilidad debes responder por ellos.
·Solo nosotros, el Consejo, tenemos la potestad de sesgar una vida inmortal, no se toleran los ataques entre miembros de nuestra especie.
Las repaso mentalmente. Romper esas normas significa la muerte… Romperlas es morir… Morir… ¿Sabe ella que va a morir? Sí, claro que lo sabe. Me levanto de mi silla y doy un par de pasos en su dirección.
En una época donde la realidad supera la ficción es cada vez más difícil mantenerse oculto, de ahí la importancia de nuestra discreción. Dicen que el paso de los siglos enloquece hasta al más cuerdo, será por eso que el trabajo del Consejo este último siglo se ha visto notablemente incrementado, pero la Fortaleza es mi vida, y aunque hastiado, es lo que me ancla a la inmortalidad.
−Matadla −digo al fin−. Pero hacedlo rápido, no es necesario que sufra.
Así paso los días, vagando por los pasillos de mi reino de tinieblas, mi propio océano de oscuridad, paseando por esas estancias que he recorrido cientos de veces, dejando transcurrir día tras día de esa inmortalidad que no termina jamás.
Tanto poder y tan vacío por dentro, envidiando a la escoria humana por esa cualidad efímera de su humanidad, por poder disfrutar cada día como si fuese el último, ellos venderían su alma al diablo por disfrutar de lo que yo tengo, yo simplemente moriría por poder volver a sentir… dolor, amor, éxtasis, lo que fuese, sin embargo solo vivo reprimiendo el impulso asesino que todos tenemos dentro.
Soy Marco Vendel y esta es la historia de cómo puede cambiar la vida, incluso la vida inmortal.