top of page

Peino mi pelo de manera pausada, desenredando despacio las puntas, corría el año 1639 cuando fui convertida en lo que soy ahora, contaba 16 años de edad cuando una noche, a traición, un vampiro sesgó mi mortal vida para abandonarme a una inmortalidad de absoluta soledad. Puede que mereciera la muerte, incluso es posible que mereciera mi tortuosa existencia como modo de expiar los pecados cometidos en mi corta vida humana.

Era el año 1639, tan solo tenía 16 años, han transcurrido tres cientos setenta y cinco años desde aquella funesta noche, tres cientos setenta y cinco años vagando a la deriva por ese mar angosto en el que me había empecinado en convertir mi inmortalidad, tres cientos setenta y cinco años en los que siempre había estado acompañada y sin embargo habían sido tres cientos setenta y cinco años de absoluta, terrible y angustiosa soledad. He vivido guerras, hambre, enfermedades, he estado expuesta a las más viles mentes, a las más oscuras perversiones, me esforcé en convertir la inmortalidad en un juego de autodestrucción sin precedentes, sin respeto alguno por mí, por mi mente, por mi cuerpo, un cuerpo por el que han pasado cientos de hombres, puede que miles, sin importarme jamás la humillación, y las vejaciones que me hicieran sentir. Toda mi existencia construida alrededor de cuánto dolor podía ser capaz de soportar, sin que ni una sola vez temblaran mis cimientos, sin que mis fuerzas decayeran, incluso tiempo después sentada en aquel acantilado esperando ver salir el sol no tuve miedo, no tuve miedo entonces y sin embargo en este preciso momento me siento totalmente vulnerable.

Y no sé por qué pienso en eso ahora,  puede que los últimos acontecimientos de mi vida me hayan hecho ser un poco más reflexiva.  Sentada en el alféizar de esta gran ventana con vistas a la majestuosa bahía de Halong, objeto de tantas leyendas sobre amores y dragones, sobre princesas y esmeraldas, siento la humedad calando todos los poros de mi piel sin que ello pueda llegar a causarme molestia alguna.

Entregar tu corazón a alguien, aunque esté muerto, es exponerse a la vulnerabilidad más absoluta. Es posible que ahora sí me sienta más frágil que en toda mi existencia.

Durante casi cuatro largos siglos me he visto obligada a tener que esconder mi propio yo, siempre obligada a soportar una doble vida, intentando camuflar tras una máscara ese pequeño caos de locura en que se había convertido mi mente cuando desperté al mundo de las tinieblas. Tras décadas, aprendí el noble arte del engaño, me convertí en una aclamada actriz sin reconocimiento alguno, jugando a ser normal para un público que jamás valoró mis dotes artísticas y ahora, tres cientos setenta y cinco años después, Victoria ha desaparecido, aunque la necesidad de tener que fingir ser quien no soy no se ha esfumado con ella. No obstante, ahora todo es mucho más complicado, no se trata de esconder una voz en mi cabeza, sino de fingir no sentir. Y por Satanás que es mucho más fácil decir sin sentir, que sentir sin decir.

Así me encuentro yo, sintiéndome viva por primera vez desde aquella fatídica noche en que sesgaron mi vida, sin poder siquiera susurrar al vacío todo lo que en mi interior se está removiendo.

Salto de la ventana y la cierro de golpe, sobre mi cama el petate ya está listo para partir, aunque esta vez todo sea diferente, siempre he sido un velero sin rumbo fijo, sin puerto al que regresar, pero ahora mi rosa de los vientos siempre indica mi destino, el único destino, gire hacia donde gire sé que la aguja siempre me llevará a él, a mi norte, mi recién encontrada cordura, subido a su más de metro ochenta, cabeza rapada y traje de Armani. Pero antes de finiquitar ese episodio de mi vida, queda un paso más que dar, un pequeño paso para el hombre, un gran cambio en mi eternidad.

Dicen que todas las decisiones que tomamos en la vida ayudan a construir nuestro yo futuro, he necesitado caer muchas veces, demasiadas, para poder llegar donde me encuentro ahora. Pasar de puntillas por la inmortalidad para pisar ahora fuerte, segura y decidida.

 

−¿Lista? −susurra a mi lado.

 

Su voz se ha convertido en un bálsamo que poco a poco va reparando las heridas de mi alma rota. Sus manos rodean mi cintura y su cuerpo busca el mío, o puede que sea el mío el que busca casi desesperadamente el contacto con el suyo, mis labios, cual sediento en el desierto, exigen apagar su sed buceando en su saliva. La luna llena como único testigo de una promesa de amor que jamás podrá ser contada, una espléndida noche de paracaidistas que nos verá renacer a ambos como un solo ser. El círculo parece cerrarse de nuevo en un acantilado, mis pies caminan con firmeza y determinación hacia el borde, sin volver la vista atrás, porque jamás he estado más segura de nada en mi ridícula existencia. Y en esta noche de luna llena voy a reinventar mi nuevo yo.

Decir adiós a mi alma solitaria, adiós a todos mis miedos y entregarme sin renuncias, sin desconfianza, sin temor, poner mi vida en sus manos, sabiendo que nunca me va a fallar.

Podéis llamarme Ever, y esta es la historia de cómo puede cambiar la vida, incluso la vida inmortal.

bottom of page